El movimiento,
Seguiremos indagando sobre los modos de gobierno de los cuerpos pero esta vez desde una perspectiva motriz. Cuando nos preguntemos sobre la autonomía del movimiento nuestro análisis se tensará hacia lugares interesantes.
Si seguimos pensando en las técnicas de gobierno liberal podemos entrever que una de las cosas fundamentales es ser conscientes que ocupamos un cuerpo "autónomo". Lorey argumenta que la autonomía no cesa de captar abstractamente" determinadas condiciones de existencia" a través de una pretendida homogeneización corporal donde el sujeto debe "aprender a desarrollar una relación consigo mismo creativa y productiva, una relación en la que el «propio» cuerpo, la «propio» vida, el «propio» sí mismo y por ende también la «propia» condición precaria se tornan maleables." Al ser captados como entes "propios" regidos por nuestra "autonomía" se justifica el gobierno de mínimos hacia toda corporeidad. En últimas, el gobierno de sí (de mi) es lo que me hace sentir mío y es precisamente por lo que se gobierna.

Pensando desde este aspecto (desde nuestro cuerpo como propiedad) podemos darnos cuenta que la misma motricidad tampoco es algo enteramente mío y es que desde que somos situados para realizar un objetivo por medio nuestros valores de usos, podemos sentir directamente un anverso, sentimos que los gestos operan sobre nosotrxs: somos cuerpos que están orquestados y dirigidos en un gobierno que nos emplaza a terrenos concretos y en donde nuestra agencia está, en gran medida, normativizada. Podemos decir en palabras de André Lepecki que el cuerpo está siendo dirigido a través de herramientas que sitúan al cuerpo como un "evento coreopolítico." El sitúa este concepto en un escenario en donde el control se plantea desde la gestión de los movimientos que ya han sido preescritos dentro de los dispositivos de control, disciplina y vigilancia. Todos ellos actúan en distancia, es decir, que no se necesita de su presencia real sino que deben de notarse siempre virtualmente presentes; ya no somos disciplinados constantemente pero si vigilados a través de un control virtual que consolidamos y cumplimos, que se asumimos y performamos por haberlos interiorizado. Ahora los dispositivos habitan dentro del huésped del que depende su subsistencia: nuestro cuerpo. Aquí se ha vuelto carne nuestra gobernanza y al final somos quienes performamos el control porque constantemente lo cargamos. El movimiento como control y como producción es un proyecto autónomos que "se ha convertido de facto en un conducto político y social esencial para la integración de los trabajadores en [los complejos] proceso[s] capitalista[s]". Aún así no sólo basta que el movimiento se sienta como algo autónomo sino que hace falta que su movimiento en potencia deba colocarse en unos espacios reales que puedan pasar el gesto de potencia a acto y de potencia a hecho y es dentro de las políticas capitalistas-neoliberales donde a las diferentes corporeidades se les permiten y se les activan motricidades concretas al estar en un trayecto pre-establecido que les ha autorizado como "correctos" y "aceptables" para la circulación tanto física como psicológica.
Podemos decir con ello que el espacio público ambiguo derivado control democrático es el que articula los espacios preestablecidos y prescritos (que lejos de permitirnos una libre circulación), nos enmarca en sus fronteras invisibles, en donde constantemente se nos reclama y se nos recuerda que nuestros movimientos no podrán ser ni darse en "plena libertad".
En esta directriz nos encontramos en "los bordes de nuestros trayectos, en los límites de nuestros gestos, ya que los contornos de nuestros ritmos internalizan contenidos por un gran número de «sistemas de filas» que nos hacen avanzar [calles, paseos, adoquines], que nos dicen que aquí no hay nada para ver, [policía, órganos de seguridad y control] que nos dicen que aquí no hay nada para ver/palpar/sentir/respirar más allá de lo que esos sistemas nos dan abiertamente para percibir".
Con todas estas restricciones el cuerpo no solo internaliza sino que replica el eco de su gobierno.
Es complejo y un tanto desolador sentir que las reparticiones motrices hayan sido predispuestas y colocadas en los espacios "correctos" en donde deben realizarse, en contraposición a otros gestos y movimientos que son penalizados, castigados, mutados o inmovilizados por no ser plenamente reconocidos. Aunque estos cuerpos habitan dentro de una amplia esfera social asumiendo roles y deberes, tienen como "marca" una precariedad constituyente que no sólo sitúa su condición como personas dependientes y vulnerables, sino que son vistos desde el espacio público mediante el prisma de un gobierno que los trata y marca precariamente para finalmente hacer de ellos un valor de uso precario. Así, los cuerpos terminan siendo irreconocidos a ojos del gobierno e irreconocibles a ojo del espacio social.
Aquí vemos una doble aprehensión del cuerpo motriz. Por un lado algunos cuerpos que no gozan con una total libertad, pero por el otro, otros tantos que ni siquiera están enteramente validados por no tener todas las condiciones democráticas para autorizarse como "cuerpo de uso útil".
Lejos de ver al movimiento como un acto propio lo podemos ver como un evento que solo se produce cuando se da en lugares y espacios que lo significan activamente, es decir, no es algo autosuficiente que pueda contener todos los actos, sino que cada actuación y cada espacio en el que está contenido determina y pauta el movimiento de manera diversa; por ello no podemos decir que está totalmente fijado ni representado, más bien que está permanentemente relativizado por intervalos representativos.

No podremos "escapar" de las significaciones motrices de nuestros cuerpos. Pero cuando tenemos la suerte de ocupar espacios que no están absolutamente capturados, podemos movernos y gesticular con relativa independencia del hegemónico valor de uso. Estos lugares son como una suerte de islotes: espacios en los que preferimos estar y que entran en sincronía con nuestra manera de habitar el mundo. Sabemos muy bien que al ocuparlos no estaremos libres de todas las significaciones ni representaciones. Sabemos que cuando ocupamos estos islotes estamos en una especie de mitad, ocupando una especie de espacio laminar: dependiendo de cuales significaciones estén performando sobre mi cuerpo puedo estar o en un régimen de representación con relativa seguridad (y por lo tanto protección) o de inseguridad (que lo ingresa y lo lee por su vulnerabilidad o desposesión)
Pero también decimos que de un Cuerpo (Estado, Gobierno…) siempre saldrán, nacerán, crecerán y recrearán otros cuerpos con sus estares y con sus moverse distintos al Movimiento pautado desde este Cuerpo matriz.