ABRIÉNDOLA:
En este capítulo el análisis tendrá otro anclaje pero se seguirán tendiendo presentes las nociones que hemos ido utilizando hasta ahora. Aquí volveremos el foco hacia el sujeto y complejizaremos el análisis no pensando cómo se ejecuta el gobierno teniendo en cuenta a nuestro cuerpo como espacio de sujeción. En este apartado pensaremos al cuerpo como lugar de manifestación, es decir, como un espacio concreto ubicado en umbrales sensibles. De esta manera podremos pensar el cuerpo como un espacio de diálogo entre el "ser-en-el-mundo" y ser-con-el-mundo". Este diálogo tiene una función de correspondencia dentro del cuerpo, es decir, que al enunciar su posicionamiento, al sentirse parte de un espacio concreto el cuerpo pasa a ser una corporeidad: pasamos a entenderlo como un emplazamiento que ocupa sus contornos sensibles. El cuerpo se expresa y se enuncia en el espacio que lo afirma.
Nos interesa incidir en la noción de estar ubicados sensiblemente, y usamos a la fenomenología como herramienta de apoyo ya que desde ella el sujeto es pensado como un estado activo dialogando con el ser y en, es decir, que la condición de existencia del sujeto es que efectivamente puede ocupar su ahí como lugar, donde la corporeidad determina su inmersión y sentido.
Desde esta perspectiva podemos decir que estamos en conversación "en" y "con" el mundo, es decir, estamos tratando con un cuerpo-sujeto que configura su subjetividad en la intersubjetividad (un compartir recíproco de espacios y lugares de enunciación) lo que implica que es por medio del discurso donde el cuerpo entra en sincronía con el mundo en el que se emplaza. Así, nuestro cuerpo no sólo encarna sus maneras de ocupación desde un plano individual, sino que los cuerpos se comparten por estar anexados en un espacio social. Sin embargo tal como hemos visto a lo largo del texto el nexo de unión no sólo es a través de la carcasa dérmica, sino que, dentro, en la epidermis, se han incrustado ordenaciones concretas del ser a modo de órdenes sociales, valores, formas de subjetividad que el individuo encarna y lleva consigo como un condicionante. Y es que sus maneras de ocupar el espacio no están enteramente por hacerse, es más, desde la perspectiva en la que se enmarca nuestro análisis vimos que tanto las significaciones como sus valores de uso no son a posteriori, no se corporizan después de nuestro cuerpo sino que es nuestro cuerpo un espacio que ha sido y sigue estando en continuos procesos de intervención.
Es desde este punto donde defendemos que nuestros cuerpos han sido intervenidos a través de distintos rangos de discursos y pautas de movimientos que lo han definido y que sin ellos no puede ser comprendido como un cuerpo social.
Todos estos mecanismos comentados en el Gobierno por medio de la precariedad llegan a su zenit cuando el cuerpo pasa a ser una corporización de los propósitos por los cuales la intervención mediadora se hace efectiva. En otras palabras, se nos hace una corporeidad efectiva políticamente cuando la intervención entra en sincronía con el cuerpo a través de su delegación, normativización, organización… que posteriormente nos hace movilizarnos; nos habilita como seres públicos y sociales recorriendo los espacios que ya han sido hechos y en entornos sociales ya establecidos.
Aquí surge un interrogante que en principio podría paralizarnos ¿no estaríamos repisando las huellas que están inscritas en nuestro entorno? Porque de ser así pensaríamos que el cuerpo, ya no sólo es el mío, ya no sólo es un "estar-en-mí-mundo" sino que es un cuerpo-social que está emplazado en y por el mundo que lo proyecta y lo percibe como producto, entonces ¿no estaríamos hablando del cuerpo como un proyecto en incesable e insaciable corporeidad? Podríamos estar de acuerdo con ello si pensamos desde la precariedad como agente corporal. Nos recuerda nuestro perpetuo agenciamiento. Es como si portáramos en nuestro interior una especie de GPS que envía señales hacia los diferentes satélites por los que somos gobernados la localización de los espacios que ocupamos y los movimientos que realizamos. Cargamos, entonces, con la presión de estar siempre significando y a su vez con el deseo de salir del perpetuo rastreo y el constante control sordo de nuestros movimientos. En este punto nos preguntamos, casi con angustia, si es posible salirnos de estos movimientos pre-dispuestos, de esta configuración dialéctica entre el ser-en-el-mundo y ser-con¬-el-mundo barnizados por la precariedad como sello.
¿Cómo diantres salir de esta coreografía perpetua de los cuerpos? ¿Cómo movernos por terrenos en los cuales nuestros movimientos no se sientan condicionados? Pero antes de intentar indagar en sus surcos ¿cómo hemos podido notar esto?

Para responder debemos retomar las consideraciones desde la individualidad porque fue desde aquí donde pudimos percibir esta angustia y tal como se hace con un diagnóstico, intentaremos identificar las dolencias.
Nuestra pertenencia al grupo ha sido capturada por el Estado del Bienestar con sus políticas distributivas donde se ha hecho de cada cuerpo un lugar concreto de significación: aquí cada quien ocupa su lugar y ha sido dispuesto a realizar su labor en un espacio ya pautado. Por decirlo de alguna manera no es que estemos en un espacio democrático sino que estamos siendo ejercitados a través de ella lo que implica que será siempre un proyecto por hacer, nunca ya consolidado. Pero a la vez que el cuerpo es requerido desde el inicio como un cuerpo social (ya lo hemos visto con el derecho natural) además es condicionado desde su aprehensión y reconocimiento como un individuo único. Aquí aparecen las técnicas de sujeción o de enunciación del individuo del neoliberalismo que reclama perpetuamente a un yo difuso: porque el cuerpo ocupa "su" lugar-cuerpo es reconocido como un cuerpo ajeno al lugar-social. Pero este es un reconocimiento revestido como aprehensión y es que el neoliberalismo emplea la noción difusa del yo como una herramienta de gobierno en un continuo rehacerse; desde aquí se despliegan varias herramientas para poder hacernos vehicular a través del yo, de hecho podemos pensarlo como un falso aliado: recordemos cuantas veces hemos escuchado el "se tu empresa de ti mismo" y pensemos en que función oculta este slogan. Decimos falso por que a través de la responsabilidad personal se opaca la función del "yo". Falso aliado que nos sitúa en un constante pivoteo por discursos que nos animan cuando recaemos, que nos recuerdan que "la responsabilidad individual es primordial si queremos subsistir" y si no podemos, siempre hemos de recordar que: "podrás reinventarte" que "sólo hace falta intentarlo mas fuerte" o si fallan los ánimos moralistas positivos se nos anima desde una aparente negatividad: "fracasa mejor, cuantas veces quieras, siempre habrá algo esperándote cuando menos te lo esperes" palabras que llegan, que te marcan y te manchan. Palabras y motivaciones que desde su emoción esperan animarte cuando todo se ve opaco.
Pero otra vez recordamos que toda esta angustia se da cuando se usa a la individualidad como vehículo ideológico donde no sólo la individualidad es tratada como fin último, sino como un proyecto resolutivo del sujeto sujetado la hegemonía liberal donde los cuerpos son tratados como uso individual que se valida a través del intercambio (dentro de la economía) y la utilidad (dentro del ámbito social) y es que mientras se nos infla en nuestra concepción como seres individuales, desde el desde el proyecto democrático se nos coloca en una continuas coreografías donde se hace ver al cuerpo social como uno "homogéneo" e "igualitario".
Lo que identificamos común en ambos casos es nada más que el valor de uso del cuerpo que es por lo que somos dirigidos. Nuestro cuerpo como valor de uso es constantemente validado (¿sólo?) en las esferas donde impere la hegemonía de "lo útil": 1) A ojos del capitalismo neoliberal=un cuerpo con fuerza de generar capital a través de su individualidad personal, donde cada quien debe manejar sus riesgos e inseguridades. 2) A ojos del Estado del Bienestar= un cuerpo con posibilidad y deberes de aportar al grueso de la sociedad. 3) A ojos de la democracia= como espacio de discurso pretende tender los mismos derechos y deberes cuando no todos los miembros de la sociedad no pueden ni siquiera ser aprehendidos bajo los mínimos necesarios en términos de seguridad, sino únicamente se capta su reconocimiento como agentes productivos.
Todos estos se articulan entre sí para fundamentar una identidad y estilo de vida a ojos políticos.

Vemos que lo importante ha sido inyectarle a los cuerpos lo importantes que son a ojos del valor útil y con ello hacer exponencial su "propia" hambre por serlo. Valor, utilidad e intercambio engrasan muy bien dentro del gobierno mediante la precariedad (recordemos que funciona tendiendo los mínimos necesarios para sostener una pretendida "seguridad") porque en últimas sólo hace falta esta noción para que todo miembro social funcione y valide. Desde la precariedad se ha introducido en el cuerpo-en-individual la conciencia de los mínimos por los que son tratados, desde ella, hacerles ver que son los "suyos" para luego funcionar en el gobierno por medio de la precariedad como un cuerpo-en-sociedad que pueda tener valor en vistas de la sociedad "en general".
Al fin llegamos donde queríamos, el deber último es tener que performar la consciencia de nuestro cuerpo como lugar idóneo que afirma la utilidad: un cuerpo consciente de que debe replicar su autogobierno.
Cuando todo marcha bien, es momento de emprender otra cosa.

Fernand Deligny